Después de una larga andadura a través del proyecto expositivo Crisis/Decadencia/Transformación llegamos a la última intervención dentro del episodio de /transformación/ de la mano de la artista Juana Fortuny. El carácter del proyecto de manera global incide en la fuerza creativa a la que obliga los momentos de dificultad vividos por la agotadora recesión de lo que estamos siendo partícipes. Se trataba de hacer de la crisis un elemento visual que por esta condición fuera asumible de una manera más positiva, como un cambio de paradigma, pero el carácter del colectivo Neón-Púrpura obligaba a exportar la visión neorromántica de ciclo eterno de transformación. Cada uno de los ejercicios llevados a cabo ampliaba ese margen visual dado al espectador/lector.
Para la artista Juana Fortuny colaborar en el espacio temporal de la transformación es realmente un ejercicio vital, indispensable y significativo. Su trabajo en telas supone, no sólo en esta ocasión sino en su trayectoria artística, un interés por realizar acciones para cubrir la desnudez, no con materias pesadas sino con la liviandad de las telas esculpidas por un Fidias. Ella viste la desnudez del jardín, haciendo más visible ese desabrigo anterior. La presencia del objeto también se transparenta en su ausencia como forma de sublimación.
En el transcurso de este proyecto, todo ha estallado en las manos de la artista, ha derivado todo en este punto en el que nos encontramos como forma de eterno retorno a sabiendas de que el camino laberíntico que hemos recorrido no es bonito. El arte no es bonito, no es la belleza su fin último, el camino de la creación es la transformación y la presentación de contenidos. Apoyados en la tierra y tomando la fuerza de ella, surgirá hacia arriba como las telas de Fortuny. Ella suelta su obra de la misma manera que da rienda suelta a su creatividad.
La instalación que proyecta la artista parte de la premisa de que toda obra supone un cambio tanto en el espacio como en el espectador. Así funciona y así se expresa ella. El interés por colgar las telas en el jardín viene de la necesidad de ahuyentar la pasividad del ciudadano que se mueve en su entorno en formas de alegorías, en una ciudad también alegórica. Mediante obstáculos visuales Juana Fortuny quiere molestar, quiere gritar, dejar de ver la ciudad como un laberinto sin fin, rondando siempre las mismas esquinas, las mismas ideas anquilosadas en la arquitectura pesada que contrasta con la translucidez de los paños.
La Laguna geométrica, La Laguna patrimonio, la ciudad como mapa, la ciudad como encierro, lo urbano como laberinto. La artista se busca a sí misma en su periplo diario, busca a sus vecinos, y el beneficio de lo común. La sublimación del arte para ella viene de la negación de la individualidad como máxima libertad –flagrante estrategia capitalista–. Entender que la riqueza no sólo está en el individuo sino en lo común, en la responsabilidad común del tránsito urbano.
Las telas de Juana Fortuny representan lo próximo, aquel obstáculo en la urbe que hace tomar conciencia de la finitud del espacio, que despierta la curiosidad por saber qué hay tras el telón. El juego se levanta en aras de su poder de atracción, pues lo que encontramos detrás es el mismo espacio, con idéntica atmósfera y mismo suelo. ¿Dónde está en cambio entonces? En el espectador, su uso del espacio jamás volverá a ser igual, la transformación, por tanto, parte del individuo. La artista explica, “cada experiencia artística me transforma, tanto mi propio trabajo como obras de otros creadores. La clave está en mantener esa capacidad de asombro”. Ella conserva la extrañeza del descubrimiento frente a la desidia del conformismo social, cultural y político. Porque para ella todavía hay cosas que se elevan por encima de lo común, como las cuadrículas de tejido que se transforman en una alegoría del espacio urbano habitado de su ciudad.