Lo arrancaron de cuajo, lo sacaron de la entraña de la tierra, lo calentaron hasta llegar a fundirlo, le hicieron lechos con formas donde lo tendieron para que volviera a vivir sólido.
Lo golpearon, lo retorcieron y lo devolvieron al fuego para nuevamente volver a rescatarlo, despojándolo de impurezas. Templando su esencia más pura, lo afilaron, lo perforaron, lo enrollaron y se lo llevaron.
Y con él construyeron un trozo del mundo, con el se atacaron y se protegieron. Hicieron puentes, palacios, gigantescas moles que habitaron rozando los cielos. Hicieron caminos para las máquinas y luego las hicieron a ellas.
Forjaron brazos con enorme poder y con ellos sacaron la sangre de la tierra, brazos con los que transformaron la naturaleza.
En él surcaron los mares y volaron más alto que las aves que más alto vuelan, hasta que llegó una edad para la tierra en que estuvo por todas partes disfrazado con la imaginación del hombre.
He soñado que ese poderoso metal se hacía susurro, tejiendo aire entre sus láminas. Esta red metálica que fluye lineal desde el suelo, me tienta, me abraza en reposo.
Soñar metal que ralla los límites en los que la escultura se transforma en un hábitat para recoger el cuerpo y proyectar la mente. Esa incasable-mente.
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