Desde el Colectivo Cultural Neón-Púrpura nace Crisis/Decadencia/Transformación como un proyecto expositivo que se desarrolló en el patio de la Biblioteca Municipal de San Cristóbal de La Laguna y ahora continúa en el Espacio Cultural El Tanque.

4 feb 2013

196 letanías de Artime


El reto de proponer una intervención en un lugar como el patio de la Biblioteca Municipal de La Laguna reside en la aceptación por parte del creador en adecuar su lenguaje a un espacio con muchas complicaciones de montaje pero no con pocas soluciones creativas. En esta ocasión el artista Joaquín Artime en su colaboración con el proyecto Neón-Púrpura, incide en el poder de la palabra como forma plástica para expresarse.

Este artista no sólo se dedica al campo de la plástica, gracias a su trabajo continuado y la curiosidad casi enfermiza que siente por cualquier forma de expresión, se está convirtiendo en un artista multidisciplinar. En su trayectoria destaca muchísimo el uso de la palabra como signo formal y como lógica construcción de un relato. Artime exprime cada elemento que cae en sus manos hasta el paroxismo, desgranando o descomponiendo una idea al igual que el científico va quitando, sustrayendo, capas de la materia.

Su intervención en el patio de la biblioteca está conectada con una acción previa realizada en La Laguna el día de la Noche en Blanco de 2011, en ella exhibió los textos elaborados para su blog colgándolos en distintos puntos de la calle. Esos mismos textos son los utilizados para cubrir la cristalera que rodea el patio. La diferencia sustancial es que ahora no se trata de un contenido cuyo fin sea su legibilidad, sigue siendo un “regalo” al transeúnte, pero se han eliminado los signos de puntuación y se ha escrito desde dentro, con lo que el espectador percibe una masa de palabras al revés. En contraposición con los contenidos de una biblioteca que como tal entidad es poseedora de miles de palabras ordenadas, clasificadas por género, asignatura, autor…, es decir, totalmente diseccionada en un sistema técnico que le otorga un equilibrio compacto hasta que se encuentre una fisura, y Joaquín Artime la encontró.

Las palabras se suceden una tras otra sin posibilidad de darles un ritmo que haga fácil su comprensión, Artime convierte su discurso en una letanía. Partiendo de su pasión por la literatura y la palabra escrita, la convierte en caligramas de raigambre casi religiosa, pues la escritura invade todo el espacio como una gran oración dominada por el horror vacui previo a la decadencia estética y moral típica de una sociedad en pleno derrumbamiento. Se asemeja a un inminente estallido que deviene de forma pasiva como una sensación de congoja continuada en el tiempo y en el espacio.

El artista se relaciona con la escritura, en esta ocasión, de forma plástica, convierte su trabajo literario en una obra efímera, quitándole a la palabra el valor inmovilista. No sólo no da la oportunidad de entender lo escrito al espectador, sino que en un momento dado la palabra como unidad de significado independiente desaparece y lo más aprehensible es su forma, es un esteticismo proveniente del exceso lingüístico, pura simbología que estremece como un pensamiento negativo que viene a la cabeza de forma repetitiva, una idea que es sólo accesible a uno mismo pues la palabra de Artime como juego ataca a uno por uno, mientras la palabra en los estantes de la biblioteca es accesible a todos como conjunto.

El texto aquí se vicia y se extenúa mostrando no sólo un principio de debilidad sino la ruina misma, debido a la insistencia larga y reiterada a las que nos somete el artista. Pero en este camino hay un recodo en el que podemos descansar a modo de remanso paradisíaco, un paso de luz que con su reflejo llama a la cordura, pero a modo de telaraña quedamos atrapados por la brillantez crepuscular de los siete paneles con los mismos textos sobre papel aluminio, donde la palabra queda estampada esta vez a máquina.

Se trata de un descanso fingido que se quiebra y vuelve a envolvernos en aquella retahíla de vocablos encadenados del revés sin signos coherentes que nos ayuden al descanso y comprensión del texto. Nos muestra algo descarnado y rudo sin herramientas que den un compás armónico a la lectura. Esta crudeza contrasta con la delicadeza y fragilidad del soporte, lo cual nos muestra la delgada línea casi invisibilizada que separa el contenido de la belleza por la belleza, porque sería fácil caer en el esteticismo decadente que embriaga y aparta de la realidad.

Es un registro automatizado con sus errores de mecanografía que denuncia el arte sin sustancia y vacío mediante una narración conceptual, retando nuestra percepción literaria, desvinculándola de la lógica y por ende humanizándola. La diferencia entre lo leído y lo releído parece el murmullo de una voz interior suave, como la marea, que cuestiona las palabras como construcciones verbales y las asimila como formas perecederas.

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